LA DE BRINGAS - GALDÓS


  

     La novela comienza con un episodio muy propio del humor socarrón y cervantino de Galdós. Franciso Bringas, leal servidor de la Reina Isabel, y que como tantos y tantos funcionarios de la prolija Corte de la Reina, ocupa los altos de Palacio, aparece trabajando metódicamente en una obra magna: la confección cabello a cabello de un cenotafio que representa un valioso regalo para la familia Pez. El afán en su chinesco trabajo le produce a don Francisco Bringas una ceguera temporal. Después del estupor inicial, la pérdida de visión del cabeza de familia produce un efecto paradójico en su pareja. Efectivamente, don Francisco Bringas, además de ejemplar padre de familia, y perfecto servidor monárquico, tenía un pequeño defecto que ensombrecía sus anteriores cualidades: era un tacaño sin igual que sometía a su familia a continuas economías. La tacañería de don Francisco limitaba una de las mayores veleidades de su señora: su afán por aparentar y su obsesión por la moda. El sufrimiento ciego de su esposo le ofrece todo un nuevo mundo, un camino de libertad lejos de la escrutadora vigilancia del marido. No más cuentas al esposo. Rosalía accede por derecho propio a las compras madrileñas y a los coqueteos de la moda. Pero las compras no son sólo algo aparente sino que produce en ella sensaciones ya olvidadas, entre ellas el amor que había quedado bastante rezagado en su unión, porque a medida que la ceguera va cobrándose días, Rosalía va progresivamente tomando conciencia de su nueva vida, y descubre que ella es mucho más que su marido, que no tiene por qué aguantarse con las migajas, y de ahí solo hay un paso al desamor, y del desamor a la infidelidad, aunque debamos concretarla y hablar de una real prostitución. Esto que logra hacer Rosalía es un acto de rebeldía, de reivindicación por sus derechos; escaparse de la rutina y comenzar a ser libre, separándose de las garras de su marido. A su vez, este afán fatal de constantes compras y consumismo es también una crítica social a los vicios de la época, donde el comprar compulsivamente iba de la mano de las apariencias y el engaño.

    La trama gira en torno a la vida de una familia (de cuyo apellido parte el título de la novela) y el entorno del lugar en el que viven y trabajan.

   Los personajes centrales de esta novela son Francisco de Bringas y su mujer, Rosalía, persona con gran dependencia del marido como era usual en aquél momento. La pareja y sus hijos representan a una familia que vivía en el entorno del poder político. Bringas es un funcionario burócrata con espíritu ahorrador hasta ser representado como un gran tacaño y un ser avaricioso a la par que egoísta. Debido a que su trabajo era el de Oficial de Intendencia del Real Patrimonio, podía vivir gracias a "treinta mil reales de sueldo, casa, médico, botica, agua y leña". La vivienda, poco cómoda, dentro del conjunto palaciego está muy bien descrita por Galdós (capítulo IV) al referirse a "[] una de las habitaciones del piso segundo que sirve a los empleados de la Casa Real". Bringas es la tacañería personificada y es representado, simbólicamente, como quien encarna los ideales monárquicos del momento (crítica a la monarquía española del momento).

   Por otro lado, cabe mencionar que Rosalía es una mujer muy vanidosa, que vive de las apariencias, algo bastante usual en la sociedad. 

   El novelista ironiza continuamente al plasmar formas de comportamientos de sus personajes tales como la de la sociedad de las apariencias o la tacañería de Bringas cuando controla las compras de su mujer al llegar a casa, hasta el punto de que, con humor, "parece la Aduana". Igualmente muestra la frustración de una mujer con ambiciones, dependiente de un marido, de vida gris. Cuestión que es referida por Galdós, de modo que "no había gozado no de comodidades, ni representación, ni placeres, ni grandeza, ni lujo, nada de lo que le correspondía por derecho de su hermosura y de ser genuinamente aristocrático".

  El escritor canario deja plasmadas expresiones muy populares, actualmente en desuso, que resultan simpáticas y hacen más agradable la lectura, como: «predicando», para decir hablar mucho; «tuvimos una cuestión», para indicar lo que fue una discusión; «dale cuenta de esta desgracia», para advertir de un problema o «dame cuartos», para pedir dinero. La cuestión de las «cesantías» de los funcionarios, cuando se producían las alternancias de gobierno, tampoco queda en el olvido.

   Me gustaría recalcar que me ha llamado especialmente la atención lo siguiente:

"Se trata de una mujer, cuyo tipo de belleza llama la atención, pues es una de esas hermosas gordas, con su semblante animado y facciones menudas, labradas y graciosas que prevalecen contra el tiempo y las penas de la vida. Su vigorosa salud, defendiéndola de los años, dábala una frescura que le envidiarían otras que, a los veinticinco y con un solo parto, parece que han sido madres de un regimiento. Se había oído comparar tantas veces con los tipos de Rubens".

    He aquí el ideal Barroco; la viva imagen de una de las Gracias de Rubens. Rosalía se nos muestra enteramente como una Venus barroca. Su atractivo físico y su carácter (afán por deslumbrar) coinciden con las pretensiones del arte barroco: provocar el espectáculo gracias al efecto del contraste con la luz y la sombra (claroscuro), ampulosidad de las formas, gran movimiento y sensualidad con gran habilidad seductora ...


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